1. Anatomía de la región lumbo-pélvica ¿qué es una hernia lumbar?
Para entender las hernias lumbares y cómo tratarlas, es útil conocer primero la estructura de la zona lumbo-pélvica.
La columna lumbar está formada por cinco vértebras (L1 a L5) que conectan con el sacro. Cada vértebra tiene un cuerpo vertebral hacia delante, cuya función principal es soportar carga, y apófisis articulares hacia atrás, que junto con los discos intervertebrales permiten movilidad, estabilidad y protección de estructuras nerviosas. Entre cada par de vértebras hay un disco intervertebral, que actúa como amortiguador de las fuerzas que aplicamos: está compuesto por un núcleo pulposo (una sustancia gelatinosa con alto contenido de agua) en el centro, y un anillo fibroso más resistente que lo envuelve. Alrededor de esto, los ligamentos, músculos y tejido conectivo proporcionan soporte, estabilidad y control del movimiento.
La musculatura lumbo-pélvica incluye músculos profundos como los multífidos y el transverso del abdomen, los erectores espinales, los músculos glúteos, y otros más superficiales. Todos estos trabajan coordinadamente para mantener una buena postura, permitir movimientos de flexión, extensión, rotación y controlar las fuerzas que atraviesan la columna lumbar y la pelvis.
Una hernia lumbar (o hernia de disco lumbar) ocurre cuando el núcleo pulposo se desplaza o protruye hacia afuera a través de una fisura o debilitamiento del anillo fibroso. En función de cuánto se desplace, y si hay compresión o irritación de raíces nerviosas, puede generar dolor local, irradiado (como ciática), alteraciones sensitivas, déficits motores, etc.
2. Incidencia: ¿cuántas personas padecen este problema?
La hernia lumbar es una de las patologías más frecuentes de la columna vertebral. Algunos datos clave:
Se estima que entre 5 y 20 casos por cada 1000 adultos al año desarrollan una hernia discal lumbar sintomática.
Es más habitual entre los 30 y 50 años, aunque puede presentarse antes o después, dependiendo de los factores de riesgo.
La mayoría de las hernias lumbares se producen en los niveles L4–L5 y L5–S1, zonas sometidas a gran carga mecánica.
Muchas personas pueden tener una hernia de disco sin presentar síntomas. Algunos estudios señalan que hasta el 20% de la población puede tener hernia lumbar sin saberlo.
En cuanto al dolor lumbar en general, se considera que alrededor del 80% de la población sufrirá dolor lumbar en algún momento de su vida.
Un aporte interesante lo ofrece el meta-análisis de Brinjikji et al. (2015), que revisó 33 estudios con más de 3000 individuos asintomáticos mediante resonancia magnética y tomografía. Sus hallazgos fueron reveladores:
Muchos cambios degenerativos aparecen en personas sin dolor y la prevalencia aumenta con la edad.
A los 20 años, un 37% ya presentaba discos degenerados, un 30% abultamientos y un 29% protrusiones.
A los 80 años, estas cifras aumentaban hasta un 96% de degeneración, 84% de abultamientos y 43% de protrusiones.
También se observaron fisuras en el anillo fibroso en un 19–29% de los casos, según la edad.
Esto demuestra que la presencia de hallazgos en pruebas de imagen no siempre implica síntomas. De hecho, en otro meta-análisis del mismo equipo, se vio que ciertas alteraciones (como protrusión, extrusión o cambios Modic tipo 1) son más frecuentes en sujetos con dolor, pero también pueden estar presentes en asintomáticos.
La conclusión es que muchas hernias son asintomáticas, lo que significa que un diagnóstico debe basarse siempre en la correlación entre pruebas de imagen, exploración clínica y síntomas, y no únicamente en lo que aparece en una resonancia.
3. Posibles tratamientos: enfoque desde la fisioterapia
El tratamiento de una hernia lumbar suele plantearse por fases, priorizando siempre métodos conservadores (no quirúrgicos), salvo en casos de urgencia (déficits neurológicos progresivos, pérdida de control de esfínteres, etc.):
Tratamiento conservador (primera línea)
● Reposo relativo y modificación de actividades: evitar posturas y movimientos que agraven el dolor, pero no inmovilizarse prolongadamente. La actividad física suave (caminar, moverse dentro de lo tolerable) suele estar indicada.
● Terapia farmacológica: analgésicos, antiinflamatorios no esteroideos, etc., para manejar el dolor agudo, siempre bajo supervisión médica.
● Tratamiento fisioterapéutico: aquí es donde se puede hacer una gran diferencia:
● Valoración completa: anamnesis detallada, pruebas de movilidad, fuerza, sensibilidad, reflejos.
● Terapia manual: movilizaciones articulares, técnicas de liberación miofascial, estiramientos de músculos tensos.
● Ejercicio terapéutico específico: fortalecimiento del core (transverso del abdomen, multífidos, oblicuos, erectores lumbares), glúteos y estabilizadores pélvicos.
● Educación al paciente: higiene postural, ergonomía, consejos para levantar peso y moverse de forma segura.
● Modalidades físicas: calor, frío, electroterapia, tracción o tecnologías complementarias (radiofrecuencia, láser, etc.), según el caso.
Seguimiento y progresión
Una vez que el dolor agudo disminuye, se avanza hacia ejercicios más activos que potencien fuerza, resistencia y funcionalidad, con el objetivo de prevenir recaídas y mejorar la calidad de vida.
Cuándo considerar tratamientos más invasivos
Hay que entender que una hernia discal puede mantener su clínica durante 6 meses como mínimo, así que la paciencia en estos casos juega un papel clave, no hay que apresurarse con intervenciones invasivas. Si tras meses de tratamiento conservador persisten síntomas limitantes o aparecen déficits neurológicos importantes, es cuando nos plantearemos estas medidas.
En algunos casos se utilizan infiltraciones o procedimientos mínimamente invasivos.
La cirugía se reserva para situaciones concretas (compresión nerviosa grave, fracaso del tratamiento conservador, etc.).
4. Conclusión
Las hernias lumbares son frecuentes y pueden generar dolor intenso y limitación funcional. Sin embargo, muchas son asintomáticas y con un abordaje temprano y adecuado desde la fisioterapia es posible mejorar sin necesidad de cirugía. La clave está en:
● Valorar al paciente de forma individual, correlacionando síntomas, exploración clínica y pruebas de imagen.
● Actuar con terapias conservadoras: ejercicio terapéutico, terapia manual y educación postural.
● Prevenir recaídas: fortalecimiento, ergonomía y hábitos de vida saludables.
Si sospechas que puedes tener una hernia lumbar o ya cuentas con un diagnóstico, consultar a un fisioterapeuta especializado es el primer paso para establecer el mejor plan y evitar la cronificación del problema.
